2 Discurso segundo

Discurso segundo de El desdeñado más firme[36 →] Trató don Jacinto luego de pedir a don Felipe su hija, mas en este mismo tiempo estaba él con intento de emplearla en César. Y esta intención le llevó, después de las ordinarias cortesías, a hablar de esta manera:

—Tenéis tan largas noticias de mi calidad y de mi hacienda que no os puede parecer ambición mía querer emparentar con vos. Demás que tenéis de uno y otro la amistad antigua que profeso en vuestra casa, y por las muchas partes vuestras, tomara se duplicase lo uno con lo deudo. Y que mi casa, y Lises agradeciese a mi elección, la escoja de vuestra persona.

A la nobleza de don Felipe respondió César con agradecimientos conformes, y que en otra parte trataba casarse, pero que avisaría a la persona que [37 →] lo negociaba suspendiese con las diligencias; que ser eternamente su esclavo deseaba más que ser del mundo señor. Decir César que estaba para casar en otra parte fue por tener con qué disculparse, sin culpar a Lises, si no quisiese casar con él; que no se contentaba su amor con deberle menores finezas. Dejándole don Felipe, escribió a Lises así:

Vino a honrarme el señor don Felipe con el ofrecimiento de vuestra mano. Mas yo, que no me obligué a ser dichoso y tengo por ley solo vuestro gusto, olvidando mis conveniencias, os aviso porque obre en este caso por orden de vuestra voluntad mi obediencia.

Determinose César a enviar a don Antonio con este papel a Lises una noche que se recogiese sin su padre (que acontecía algunas veces ser con deudas suyas). Acechó con recato aquel día don Antonio si salía Lises fuera y, como supo lo hacía, siguió de lejos el coche, dejándola segura en un convento de monjas. Mudó de vestido y compostura [38 →] poniéndose otro muy diferente y, apeándose Lises, dio la carta a un criado en la puerta diciendo era de Toledo, adonde sabía César tenía ella una prima hermana y otras parientas.

No tardó la respuesta, aunque juzgase mil siglos César aquella noche. Amaneció en su casa al otro día un pajecillo, diciendo llevaba para César un recado de su señor. Mandole entrar con mil sobresaltos y, rompiendo la , leyó estos renglones:

Agradecida me tiene vuestra cortesía para conferir con ella cosas que a importan. Os hablaré esta noche en el jardín; venid a la una, hallaréis quien os abra y guíe. Dios os guarde.

LISES

Confuso quedó César que si el papel de Lises daba al gusto [1], la misma dicha dictaba perturbaciones al mérito; que, como la fortuna no suele rodar veloz a los amantes y Lises le prestó alas en su favor, dudaba la seguridad y temía como imposible el logro. Al compás de los instantes crecían las dudas y, entre dudoso y cobarde, temía sin ocasión. Todo lo [39 →] veía llano y todo lo juzgaba sueño; no era temeridad de la desconfianza, que una ocasión que el amor dispone, hasta el suceso es como embeleso. Y aun gozado es como tregua que convida la guerra, que por más que se acredite firme siempre se juzga inconstante.

Consideraba otra vez las palabras de Lises, hallábalas dulces el deseo, y tanto, que con suspiros pedía al tiempo volase viento a traer apriesa la hora de sus esperanzas. “Detente, no corras,” le decía. Otras veces, porque le parecía de la imaginación el suspiro de la vista, volvían los anhelos a quererla presente, porque entendía que en la dilación del tiempo le consumirían como Troya las esperanzas.

En este laberinto estaba César y, como los cuidados impedían al discurso ser Teseo, valiéndose de lo que le escribió Lises como del ovillo de Ariadna para sacarle de tan confusa prisión [2], no sosegaba el pecho, temiendo las contingencias más en su daño que en su favor. Llegó la noche (y cuanto abominara el día, en doblo pagó a su llegada en cariños) y César al [40 →] jardín con cuidadosa y lucida gala, prevenido de escogidas razones y estudiadas sutilezas (trabajo que a todos desvela, sin escrúpulo de ser mayor su perdición; estudio que ya más se logra diligencia, para enmudecer ocasionada, y para hablar disparates, lo que se prometían consonancias) fue sentido de una criada de Lises, que era centinela de la puerta que luego le abrió, guiándole por una calle de jazmines y mosquetas tan olorosas que el alma acudía al olfato, dejando a los demás sentidos con envidia. 

Anduvieron [d]espacio por diferentes partes, no sin trabajo, por ser aquella noche poco clara de luna, decreto de su luz, pues de otra venía César a ser idólatra. Llegó a una reja baja de una pieza bien aderezada: los cuadros tan perfectos que lo que era parto del arte parecía de la naturaleza; los escritorios costosos, y tanto que cada uno pudiera ser del oriente dádiva a toda la Majestad; espejos de cristal había, en que se pudieran ver las ninfas, sin buscar al Tajo [3] su beldad. Sobre dos estaban cuatro bujías, que mostraban a César una [41 →] mujer diferente de lo que él se prometía, y tanto de Lises su adorada, que era una sombra suya.

Como sintió que él venía, levantose la dama de la silla, que presa en la fue al suelo con un golpe tal que hizo caer algunos vidrios; despertando el estruendo a un criado de don Felipe, que empezó a dar voces, imaginando eran ladrones. Acudió a ellas don Felipe y otro criado. Asustose Lises, desmayose la criada, y César determinose en no huir al riesgo dejando en él aquella mujer, que aunque no la conocía, bastaba serlo, para que (cuando no enamorado) obligado de su ser la defendiese.

Apartose lo que bastó para no ser visto, de donde registró lo que pasaba dentro. Lo primero que vió fue a don Felipe medio vestido, con la espada desnuda, preguntando a Lises qué ocasión había para estar a aquellas horas vestida y en cuarto tan distante del suyo. A que respondió la turbada dama que el calor daba causa al exceso que veía y el jardín la convidaba con el fresco. 

En este mismo tiempo los criados de don Felipe, engañados con la presunción de ladrones [42 →], miraban el jardín con luces. Encaminó la desgracia de César uno por la parte, en que poco distante de la reja se había valido de una figura de . El primero que le vio dio voces, que allí se ocultaba un emboscado. Acudió a la reja don Felipe y luego, como percibió el caso, bajó al jardín, hallando la criada de Lises en el suelo desmayada. Llevado estuvo mil veces César a sacar la espada y hacerse paso con ella porque no le conociesen, pero ni sabía los del jardín, ni quería alborotar más una casa como aquella. Y demás a más, el peligro de la mujer le ataba pies y manos para defenderse, con lo que ella podía peligrar. 

Resolviose en descubrirse a don Felipe, que le tenía ya cerca, fingiendo le trajera allí el temor de la justicia que le siguiera algunas calles por hallarle en una pendencia de que resultara un muerto, sin él dar causa, mas que quisiera pasar tan descortés por una calle en que él hacía espaldas a otro amigo, que fuera preciso todo arrojo. Mal satisfizo César a don Felipe, que le respondió:

—No soy tan simple, señor César, que crea vuestra disculpa, [43 →] hallando aquí una infame criada que os contradice con su desmayo, y dejando en aquella cuadra una traidora hija, que publica con lo que calla mi afrenta a voces. Ofrecios su mano y mi casa; pagáis bien por cierto mi amor y mi honrado intento. En mi casa a estas horas entráis a manchar los resplandores de su siempre reputación. ¿Qué más podéis pretender, que lo que ya tenéis seguro? Grande parte sois ya hoy en su fama, y porque corra más temprano por cuenta vuestra, mañana daréis a Lises la mano con juramentos. 

Aseguró César a don Felipe era aquella la primera vez que había visto a Lises, dejando para el otro día el satisfacerle mejor. El desmayo de la criada, dijo, sería de ver a tan desusada hora gente en aquél sitio; y lo confirmó ella volviendo en sí, confesando lo mismo, que lo tenía escuchado todo.

Salió César del jardín, dejando a don Felipe neutral en lo que creería. Siempre había experimentado a Lises discreta y prudente, no haciéndole falta su madre en su crianza, ni sus consejos a su modestia. Poco [44 →] sosegado don Felipe fuese a su estancia, César a su casa sin sentido, y Lises a su cuarto poco más alentada. Aguardávale en él su prima, la otra Lises del Prado; la Circe de César [4], el reparo de todo hombre de buen gusto, el crédito de las toledanas, y la envidia de las más bellas. Recibióla con los brazos, diciendo: 

—Mal hayan los hombres prima, que caros los compra quien como yo no los aborrece. Bien te rogaba mi amor desengañases a César por una criada, no por ti, que más puede valer don Jacinto de lo que te ha costado esta noche. 

—Deja, prima, tus prudencias —dijo la Lises de Madrid— y de atormentarme de nuevo con esas hipocresías. No hagas valor de no querer, mira que no tienes alma de diamante, ni dos peñascos por orejas; ya sabes cómo a ti te adora César desde aquellos días que saliste a fatigar unas píldoras [5] hacia el Prado, recién llegada de Toledo. El otro día debajo de unas cintas vino un papel que me pareció suyo; bien le viste, y bien le desdeñaste. Ayer te dio un criado otro, que abriste alborotada, imaginando era de alguna amiga de Toledo. [45 →] Por él conocemos estaba engañado César con los nombres, que como salimos entrambas de un modo, la primera vez que te vio y yo quedé en casa de Celia. En cuanto tú, con las criadas paseaste en el Prado, y después me recogí con las propias criadas, que vinieron por mí, alguno que las conoció le diría que eras yo. A ti te ama, yo soy con quien mi padre le casa; él es hombre y lo puede estorbar; yo hija, que no puedo dejar de obedecer, ni tampoco es posible olvidar a don Jacinto. No quisiste por un papel tuyo desengañar a César, ni te pensé deber menos, ni hacer más por mi remedio que arriesgarme a lo que viste: con la misma duda se fue, y con la misma pena quedó. Mañana determino enviar una criada que le informe que, ya que tengo de morir, sea del mismo remedio. 

—No quiero cansarme en vano —dijo la Lises de Toledo—. Estás obstinada, y sólo servirá replicarte de perderte más. César no se acostó por ser escusada diligencia trabajar por tener sueño, quien tenía tanta causa para no hallarle. Como no pudo saber nada, cansábase en discurrirlo, y siempre en vano.


  1. En el español actual se utilizaría "asumido"
  2. Está estableciendo una metáfora con el mito del Laberinto de Creta
  3. Río que atraviesa la península ibérica
  4. Establece una metáfora con el mito de Circe donde equipara a Lises con Circe ya que para César, Lises resulta ser una mujer astuta y engañosa
  5. Se podría referir a que estaba comprando píldoras o podría ser un significado en desuso que tenga algo que ver con las expresiones: "dorar la píldora a alguien" o "tragarse alguien la píldora". Otra posibilidad es que su significado sea otro. Además de un tipo de medicamento, píldora puede significar: "Pesadumbre o mala nueva que se da a alguien" (Aut). Y fatigar también puede ser: "Vejar, molestar" (RAE). Suponemos que igual se refiere a que a Lises le gusta causar desorden en la calle, molestar a los hombres

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